Beesan Nateel
Escritora de Gaza, autora del libro infantil "Luna Al-Majnoona’
27 de noviembre de 2023
Hoy he conocido a dos niñas, Nisreen y Malak Al-Attar. Nisreen tiene 9 años y, según su madre, quiere ser farmacéutica. Pero cuando le pregunté: "¿Qué quieres sercuando seas grande?", su respuesta fue: arquitecta.
Nisreen dice que le encanta el mar. Ahora mismo estamos frente al mar, Nisreen! Pero este no es el mar que lee gusta. Nisreen se refiere a un mar anterior; al que solía visitar con su familia durante las vacaciones de verano. El mar en el que nadaba con su padre, que la llevaba al punto más lejano, donde señalaba su dedito.
Ella dice que podía dormir en aguas profundas y bucear largo rato bajo las olas. Le pregunté si había nadado alguna vez en el mar de Deir Al-Balah. Me dijo que el crucero sigue allí y que le da miedo. Ayer, el crucero disparó a los peces en el agua, destruyendo sus casas y también las rocas, dice Nisreen. “Las rocas se derrumbaron sobre los peces y ahora les duele la espalda", dice, y meexplica con la mano cómo nada un pez después de ser bombardeado.
Es como si Nisreen tuviese un pececito en el corazón, que puede sentir lo que ocurre en las profundidades de nuestro mar.
25 de diciembre de 2023
¡Quién soy yo para pensar en sobrevivir!
No soy un pájaro, nunca he tenido una nube en la mano, ¡y no sé cómo vuela el reno de Papá Noel, con su trineo lleno de regalos para niños! ¿Quién soy yo para que tener una vida normal, y sufrir una tristeza ordinaria porque un amigo se va de viaje o por la muerte natural de los abuelos? Una vida en la que planto albahaca en la ventana de mi habitación, limpio la entrada de mi casa y salpico tazas de té sin preocuparme por la escasez de agua? Una vida en la que me cubro las manos con anillos de plata grabados en Jerusalén, y mi mayor temor es perder uno de ellos entre los cajones.
No pienso en la compra de alimentos porque sé muy bien que no tengo hambre, incluso aunque no haya desayunado. No me importa el precio de un paquete de queso porque sé que está en el mercado, ni se me antoja un trozo de chocolate.
¿Quién soy yo para escapar de esta muerte?
No soy lo suficientemente rica como para pagar los 5.000 dólares para cruzar la frontera. Mi abuelo no sabía que su dinastía real heredaría una vida de refugiados, y pasó su tristeza mirando a través de ventanas de esperanza, imaginando que un día regresarían a sus tierras. Aparte de una vida como refugiado, lo único que me dejó fue esperanza. Ni siquiera me dejó la ventana. Todas las ventanas de nuestra ciudad fueron destrozadas, abuelo. Las ventanas fueron asesinadas.
Y si sobrevivo, ¿qué recordaré? ¿A quién le contaré todo lo que está pasando ahora?
¡Diré que sobrevivimos!
¿Qué clase de supervivencia es esta?¿Y para qué?
¿Qué clase de vida me espera mientras sigo atrapada en mi casa, esperando a ser desplazada?
Quiero volver a mis vestidos colgados en el armario. Y a las gallinas. Quiero el mirto crepé deshojándose en nuestra puerta de entrada. Quiero abrazar la palmera del patio y jugar en el columpio de los nietos. Quiero que mi madre, que solía acompañar el café de cada día con una nueva historia, resucite y se levante de entre las reuinas de nuestra ciudad. Por toda esta vida que dejamos atrásy por nuestras muertes, merecemos sobrevivir.
19 de diciembre de 2023
Diciembre de los deseos,
12 días faltan para el año nuevo, y 74 pasaron desde que empezó la guerra. Tiramos los días entre las palmas de las manos, sin tener líneas del destino que leer, sin ojos para ver una vida presente.
Nos aferramos al monólogo de nuestros destinos, con los pies descalzos en el camino.
El escritor Ziad Khaddash me dice: "No te atrevas a morir, Bisan. Me enfadaré contigo si lo haces".
La idea de la muerte es muy posible, incluso si una está "al sur del valle", esa ilusoria zona segura que nos impone la ocupación. La sombra de Azrael nos acompaña en este lugar. Y a pesar de mi curiosidad por la vida después de la muerte y los escenarios que imagino a menudo, rechazo esta muerte, mi querido Ziad".
Le digo a Bahaa*: Sólo tengo un extraño pedido para la muerte, y es respecto al método...
No he hecho nada para ser descuartizada, ni para sufrir. Si muero, quiero que sea en una pieza. Invento mi propia ley, a la que llamo "derecho a la muerte", de la forma que más me convenga. Como los extranjeros, por ejemplo, que cogen las cenizas de sus abuelos y las esparcen donde diga el testamento, ¡sea en el mar o en el bosque!
El método durante una agresión: un solo trozo de metralla atraviesa mi alma y deja este cuerpo intacto para que otros se despidan.
Quiero morir entera, ser un cuerpo caliente capaz de ser abrazado. Contemplo la última imagen que captará mi alma antes de morir. No quiero que sea trágica; debe ser ordinaria, como una metralla que me golpea mientras cruzo la calle. Así podré conservar el paisaje del cielo, con todos los refugiados como yo, las voces de los comerciantes, los pasos de los niños, los rostros pálidos de los padres y los carros tirados por burros, que se han convertido en un medio de transporte tras los cortes de combustible y la escasez de coches.
¡Sólo yo, y nadie más, tengo derecho a morir de esa manera!
El primer derecho que aprendimos fue "el derecho a la vida", y ahora tenemos que promulgar el derecho a la muerte.
A pesar de mi curiosidad por mi vida, por cómo será o en qué se convertirá, hay momentos en los que quiero subirme a la escalera que que conduce al cielo. No por ninguna razón particular, sino porque quizá el cielo pueda prestarme sus ojos por un rato, para ver lo que no ve este cuerpo humano ,sometido a bombardeos, y convertido así, sin quererlo, en material de guerra, sea para sobrevivir o morir.
En el gran libro que abarca nuestro pequeño libro de la vida, ¿se reconoce que éramos algo más que cuerpos, meros números y nombres? Teníamos algo en este mundo, comíamos y dormíamos y nos despertábamos y reíamos, e imaginábamos nuestra vida en otro planeta, donde nuestros sueños -sacados de una foto en la playa o de una reunión de amigos- sobrevivirían.
En realidad, no éramos más que buen material para las organizaciones de ayuda humanitaria y de derechos humanos, para que el donante viniese, nos sacara un par de fotos y se asombrase.
Éste luego volvería al calor de su hogar, donde están la nieve y los pinos. Para ese entonces, nosotros estaríamos recomponiendo los restos de nuestras emociones, y él planearía sus vacaciones de Verano, las cuales pagará con la considerable cantidad de dinero ganado por haber entrado en una zona de conflicto y haber arriesgado su vida, mientras nosotros intentábamos, con las migajas de nuestro sueldo, conseguir un momento de tranquilidad junto al mar. Nos quitaron el mar y los amigos.
Desearía tener un brazo más largo, y poder colgar en él un columpio para Malak y Nisreen Al-Attar. No quiero dejarlos en el refugio, buscando su mar normal, aquel mar de antes de la guerra. Me niego a dejarlos con miedo al crucero israelí.
Quiero que mi brazo se convierta en un velo, para que cuando los gatitos Attar duerman, pueda cubrirlos con algo de seguridad.
Tengo miedo de dejarlos atrás, o de que me dejen sin un beso de despedida.
Quiero que mi columna vertebral se convierta en una escalera que se extienda desde el sur del valle hasta donde están mis amigos en Gaza. Quiero que ésta soporte el peso de sus cuerpos exhaustos mientras los llevo en la espalda y, como el viaje es largo, troto con sus pies.
Querido Ziad Khaddash,
Mi deseo era escribir un texto sobre nuestro viaje a la feria internacional del libro y por las calles de Ramala, donde creí que Dios me había dotado de esperanza. Sin embargo, en este instante, mientras te escribo , los sonidos de los bombardeos se intensifican a nuestro alrededor de manera inesperada. Te escribo para hacerte saber que aún soy capaz de sobrevivir con mi tumba.
* Bahaa Eleyan es un amigo de la escritora de Gaza que vive ahora en Noruega.