Asil Yaghi
Escritora de Gaza, refugiada de la aldea de Al-Masmiya Al-Kabira. Estudió Derecho y ha publicado sus escritos en Gaza Stories.
Fragmento de un artículo publicado por Raseef22 el 25 de octubre
El siete de octubre... El día en que debíamos tomar el sol y conseguir un poco de vitamina D. Todo estaba listo: nuestros bañadores estaban empaquetados, habíamos llegado a un acuerdo sobre la lista de las compras y preparado la comida. Decidí dormir en casa de mi mejor amiga, ya que vivía cerca de la carretera de la costa y habíamos planeado viajar juntas directamente hasta allí. Dividimos la comida que habíamos comprado en bolsas separadas -nos obsesionaba clasificar las cosas- , y hasta bien entrada la noche no habíamos terminado.
Bailó al ritmo de la canción Substance y yo la observé con una risa incontrolable, riéndonos mientras intentaba filmar sus movimientos que siempre me hacían gracia. Luego nos quedamos dormidas, deseando que llegara la mañana siguiente. A las seis y media de la mañana, la hermana de mi amiga irrumpió en la habitación gritándo en nuestras caras. "¡Levantaos, levantaos, está pasando!" La miramos, sin comprender. No era exactamente así como esperábamos que empezara la mañana. Y en cualquier caso, ¿qué podía estar "pasando" un sábado?
Su repentina entrada vino acompañada de un aluvión de misiles como nunca antes habíamos experimentado. Cuando nos dimos cuenta de que nuestro plan se había venido abajo, insistí en que compartiéramos el desayuno que habíamos imaginado disfrutar bajo el sol de la mañana. Nos lo comimos bajo una lluvia de misiles. Mi hermano llegó inmediatamente después para llevarme a casa antes de que empezara propiamente la batalla.
Volví a casa, empeñada en convencerme de que no era más que otra de la serie de recrudecimientos a las que nos habíamos acostumbrado durante el año. Pero algo hizo que esta vez pareciera diferente.
La guerra -esa gran palabra- nos había asustado tanto al principio. Me refiero a la primera, segunda, tercera y cuarta agresiones, y a todos los recrudecimientos intermedios. Nos había arrebatado gran parte de nuestra humanidad; había hecho que matar al otro fuera fácil, incluso deseable, y en muchas ocasiones, necesario.
Fragmento de una elegía escrita para su amiga Nada al-Dahshan, estudiante de farmacia martirizada en un bombardeo israelí junto con su padre y su madre.
"No puedo llegar a fin de año", me decía, "sin ir en umrah". Ese era su mayor deseo. Empezaba a ejercer como farmacéutica. Durante su último semestre en la universidad, su sed de conocimiento, que le provocaba una ansiedad irracional, la llevó a pensar en presentarse a becas en el extranjero. Pero no se ganaría la vida, no saldría nunca de Gaza, no sentiría lo que era ganar un sueldo estable, no vería a Ahmad Manasra fuera de la cárcel. Nunca vería a su hija y nunca la llamaría Layla, nunca iría a un concierto de los hermanos Joubran, y nunca me vería enamorada por primera vez después de esforzarse tanto por convencerme de que es el sentimiento más hermoso.
Fragmento de un artículo publicado por Gaza Stories
Mi madre ha llorado hoy. Un llanto abatido y cansado. Mi madre, por cuyas maravillosas manos de cocinera apuesta todo el mundo, lloró tras quemar el improvisado plato de maqluba que cocinaba, lloró a pesar de que la quema no fue culpa suya. No habíamos sido capaces de encontrar la olla adecuada tras ser desplazados por cuarta vez a la que, supuestamente, es la última parada: Rafah.
El maqluba no fue lo único que ardió hoy. Primero fue mi corazón. Aquella mañana había visto a un niño precioso, muy bien vestido, llevando una pequeña olla a algún lugar que pareciera estar repartiendo comida. Y una vez que salió de aquel lugar repleto de gente agitando recipientes sobre sus cabezas, lloré como nunca lo había hecho a lo largo de esta pesadilla, más que todas las veces que había recibido noticias demoledoras sobre amigas y seres queridos. Lloré porque al volver, el chico se reía. Lloré porque si yo fuera él habría estallado en lágrimas. Pero él se reía mientras describía la escena: "¡No hay esperanza!"
¿Se da cuenta ese chico? ¿Comprende el significado de no tener esperanza en una situación como ésta?
¿Cómo pudo irse riendo?
¿Y por qué se reía? Ya Allah...
Mi madre no lloró porque el maqluba no hubiera funcionado. Lloraba porque había sido tirado a la basura. Todos intentamos tranquilizarla diciéndole que Alá comprendía por lo que estábamos pasando, que había visto cómo intentábamos comérnoslo. Dijéramos lo que dijéramos, seguía llorando. Intenté calmarla, mis sollozos se mezclaban con restos de risa. Y entonces se levantó, con los ojos llenos de lágrimas, para extender su alfombra de oración y llorar a Alá, suplicando Su perdón. Todavía me estremece que mi madre, a pesar de saborear el dolor de perder a toda su familia, a sus parientes más queridos, los más cercanos a mi corazón y al suyo, ¡llorara pidiendo perdón a Alá por una comida que se tiró!
Texto publicado por la autora en Gaza Stories
Ya no me angustia que el mundo no haya prestado atención a toda una vida de muertes en Gaza. No me afecta. Ya no me duele que estemos aquí, en una zona de 360 km², sin saber nada más de la vida que cómo sobrevivir a ella; la gente a menudo no logra ni siquiera eso. Mis sueños ya no me atormentan para cumplirlos; de hecho, ya no hay sueños. No hace mucho, decidí dejar de castigarme por no poder conseguir lo que quería en esta ciudad, que se nos ofrece como un premio, a la que se espera que amemos y por la que muramos.
Ya no me enfurece que hayamos nacido en una caja de cerillas que se abre y se cierra por los dos extremos. Ya no me vuelve loca que Gaza -y morir en Gaza- sea nuestro destino incontestable. Las escenas de muerte y destrucción ya no me entristecen; la ausencia de justicia mundana y el retraso de la justicia divina ya no me enfurecen. Lo que ahora me enfurece, me apena y me enloquece es que hayan elegido un arma más poderosa que todos los misiles y explosivos que nos han lanzado a lo largo de nuestras vidas en Gaza. ¿Matarnos de hambre será su próxima herramienta de guerra?
El norte está hambriento, el sur está hambriento. El norte está en la miseria, el sur delira.
¿Ha decidido el ocupante jugar con la psique de la humanidad primigenia, utilizando el hambre para desplazarnos de nuestros hogares después de todos sus planes fallidos de expulsarnos?
¿Ahora el plan es hacer de Gaza un lugar inhabitable?
¿Qué conspiración es ésta que ha saboteado nuestras vidas y acabado con tantas otras?
¿Qué locura es ésta que nos obliga a mi familia y a mí a pensar en cómo conseguir el dinero suficiente para cruzar un muro de hormigón y luego un desierto, por el mismo precio que un viaje al Polo Norte?
¿Qué se está negociando exactamente?
¿Durante cuánto tiempo más nos abandonará el mundo? ¿Y qué mundo es éste, sin ningún poder capaz de frenar a Israel?
¿Hasta cuándo la muerte seguirá riéndose de nosotros? Un escenario tras otro...
Y tantas otras preguntas... sin ninguna respuesta.
Extracto de un texto de la autora en Gaza Stories
Esta guerra nos ha enseñado el significado de cada concepto. El significado de una casa; una mañana tranquila; comida y agua limpias; regalos y pertenencias ahora abandonados; bañarse; pasar tiempo con las amigas en el balcón. Me ha hecho recorrer los rincones de nuestra casa en mi imaginación, visualizando hasta el último centímetro: la puerta y la mesa adornadas con antigüedades turcas y palestinas, el resplandor amarillo de mi dormitorio, mi armario lleno de ropa de abrigo, la planta de bambú en la cocina que recordé mientras intentaba recoger agua suficiente para una persona durante un día... Mi madre y yo nos peleábamos cada semana cuando intentaba darle una ducha de agua, diciéndole ¡Eso es lo que le gusta al bambú!
¿Cómo está esa planta ahora, después de casi tres meses?
Pienso: ¿Sigue húmeda por el centro o se ha secado por completo? Llego a la conclusión de que tiene sed, como yo.
Hay una guerra cruel fuera y otra más cruel dentro. Odio, racismo. Alguien que decide que tal o cual se merece una parte de la comida mientras que otra no; salir de casa y tener que vivir y tratar con gente que se siente superior a las demás. No creo que irme de casa fuera la decisión correcta. Si pudiera retroceder ochenta días en el tiempo decidiría quedarme en el norte, sola, entre las acogedoras paredes de mi casa.
Eso es lo que deseo, aunque su amable techo se derrumbara sobre mí.
Lo que deseo, aunque Palestina explotara a mi alrededor.
Ojalá no hubiera vivido ni un minuto más allá del Wadi.
Ahora estamos solas con las fotografías de nuestro hogar y nuestras dignas vidas.
Pero lo más importante, como dijo Mourid,
"Nada ausente volverá entero, y nada será recuperado tal como era".